La Virtud del SILENCIO: Observar y escuchar, Observar y callar.

Durante este tiempo que llevó escribiendo en el cuaderno de reflexiones he ido tratando temas donde he puesto de manifiesto mi opinión y mi vivencia. 

En muchos de los casos ha sido un viaje retrospectivo en mi vida, llevado a cabo  después de leer algún texto o escuchar alguna circunstancia por parte de los seres que me rodean. Hoy me adentro en un mundo desconocido, ya que la virtud de la que deseo describir no es precisamente algo que “yo” posea como valor predeterminado, pero que en los últimos tiempos estoy trabajando para poder alcanzar. 


Todo empezó leyendo  “El ÚLTIMO CATÓN” de Matilde Asensi. Hablaba de los pecados capitales y pensé en sus antónimos, esas palabras que definieran lo contrario a SOBERBIA, ENVIDIA, IRA, PEREZA, GULA, LUJURIA Y AVARICIA. Pensé entonces en las virtudes, tema que ya había tratado en algún capitulo y salieron EMPATIA, NOBLEZA, CALMA, ACTIVIDAD, TEMPLANZA, HONESTIDAD Y GENEROSIDAD. 

Era un primer intento, un estudio previo donde me faltaban otros nombres que David Isaacs mostraba en su libro “La educación de las virtudes humanas”. Quería añadir FORTALEZA, OPTIMISMO, SINCERIDAD, PERSEVERANCIA, RESPONSABILIDAD, ORDEN Y LEALTAD. Comencé un juego de intercambio de cromos que me llevo a muchos caminos, pero tenía claro que debían ser siete igual que los pecados capitales. Tenía pues trabajo por delante para jugar con lo que tenía y de repente apareció EL SILENCIO.

En ese momento se me hizo el vacio en mi cabeza si podría ser una virtud. Estas las define Santo Tomas de Aquino  como “buenos hábitos que perfeccionan las facultades del hombre para conseguir la verdad y la bondad”.

Está claro que iba por buen camino, el silencio lo cumplía y en sus dos vertientes.
La primera sería cuando en un lugar o espacio hay una ausencia de ruido. Cuantas veces cuando hay una reunión familiar y hay niños pequeños gritando y corriendo, en ese momento el bullicio de la ocasión hace que los mayores estén más nerviosos de lo normal y surjan conflictos, riñas y entonces los castigos. Parecemos peores padres en ese contexto. Cuando de repente se hace la calma debido a que los niños se bajan a la calle también se “hace el silencio” y todos volvemos a un comportamiento más acorde a lo esperado. Nos hace ser mejores, consiguiendo cierta verdad. 

Hoy en día, donde nuestra sociedad vive estresada por el ritmo impuesto del trabajo, el ruido de las ciudades, los horarios interminables, y demás circunstancias de la vida cotidiana es un remanso de felicidad aquellos lugares donde el silencio es su principal virtud. Son refugios buscados por los habitantes de las grandes y medianas ciudades, buscando esa paz y tranquilidad que nos haga ser mejores. Pero no solo por no escuchar nada, también por encontrarnos a nosotros mismos. Es por tanto uno de los hábitos que Santo Tomas indicaba para poder elevarlo a categoría de virtud.

La segunda aceptación sería el de permanecer callado ante conversaciones en la que estas presente o sobre preguntas que se te realizan. En este caso es un acto individual y voluntario. Podríamos definirlo también como la ausencia de habla en las personas por decisión de una misma.

Hoy en día con el avance de la tecnología, puede llegar a confundirse en algunos momentos este término. Hay personas que parecen tener una vida de incomunicación social por su constante silencio hacía los demás, pero con una altísima participación en el mundo virtual debido a las redes sociales. Yo me referiré a la comunicación oral y por lo tanto el silencio debido a la ausencia casi mínima del habla.

Voy a citar una frase de San Francis de Asís que tendré presente en esta exposición. Decía una oración atribuida a él “dame la serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar, la valentía para cambiar lo que debería ser cambiado y la sabiduría para poder distinguir lo uno de lo otro”. Hay tres palabras importantes en dicha oración que intentare utilizar para mi discurso sobre el silencio.
No soy una persona que se mantenga en silencio durante mucho rato, bastante dicharachero me gusta la buena conversación o tertulia. Pero durante estos últimos años voy cambiando mi “modus operandi”. Quiero con esto decir que intento estar en silencio más de lo que hubiera estado en otros momentos de mi vida. Gracias a las vacaciones he ido reforzando esta virtud, los periodos de soledad han sido mayores y por lo tanto los momentos de silencio también.
  
Parece que mi profesión demanda el estar en una comunicación constante con los demás, tener que transmitir información casi constante a mis alumnos en ese proceso de enseñanza-aprendizaje parecía obligado a no estar callado ni debajo del agua. Miré alrededor de la sala de profesores y comprobé que había compañeros que hablaban lo justo y necesario. No era cuestión de la profesión si no del individuo. Y eso lo llevaba al resto de mi vida, parecía aburrido el no pronunciar palabras, el no sacar algún tema de conversación, en definitiva estar en silencio.

No es estar callado por estar callado, es escuchar los comentarios de los demás sin interrumpir, pensar y estudiar lo que se habla entre todos meditando sobre las palabras que se han pronunciado, procesar la información mostrada por los demás y proporcionar lo que creas conveniente. Decidir si la participación es adecuada al contexto que se tiene, si lo que puedes aportar aumenta el interés de los participantes, si las palabras van a tener cierto contenido que enriquezcan lo ya dicho. Y si no vas a decir algo interesante, permanece en silencio.

Muchas veces mis alumnos me dicen en clase que tendría que participar en el CLUB DE LA COMEDIA debido a mis interminables monólogos. Muchos de ellos salpicados con aventuras vividas o escuchadas, críticas a la sociedad o a ciertos individuos, burlas y un humos que puede pasar de negro a ingles para acabar en andaluz, de lo exagerado que soy. Intento captar la atención de mis jóvenes alumnos y muchas veces lo traslado a mi vida cotidiana.

Ese es mi campo de batalla, pero no creo que a la gente le interese estar con alguien que protagoniza y aglutina la conversación en un 90%. Hay momentos que hay que dejar que pase el silencio, que nadie hable, que parezca que ha pasado un ángel, no pasa nada. No hay que animar la fiesta continuamente, hay que escuchar más para saber que decir y cuando hay que decirlo. En caso contrario puede llegar a perjudicar el mensaje que quieres enviar y mas importante aún molestar a alguien que te está escuchando.

Lo resumiré de la siguiente forma “para hablar y molestar es mejor callar y agradar”.

En esta sociedad de incomunicación verbal pero super-comunicación tecnológica es lo que se lleva. Hoy en día las personas son más prisioneras de sus miedos y toman la decisión de callarlos. Los problemas que antiguamente contabas a amigos y familiares para liberarte y compartirlos, son ahora mantenidos en secreto, mejor dicho en silencio. Parece como si la persona que los conociera se fuera a alegrar de tu desgracia y por lo tanto mejor no decir nada. Están aumentando las enfermedades psicológicas en un gran tanto por ciento, pero ya hay estudios de que la DEPRESIÓN ocupara casi un 35% de la población en los próximos años. 

Cada vez la gente es más retraída a mostrar sus sentimientos, a exponer sus ideas, a generar una confianza con los demás para poder comunicarse con total claridad. La diplomacia e hipocresía de la sociedad ha enturbiado estas relaciones y el silencio ha aparecido. Hay personas que bajo un seudónimo en las redes sociales se libera de todo y es capaz de publicar hasta la última interioridad de su vida, pero ese es otro cantar. Muchos piensan que no quieren preocupar a amigos y familiares, que bastante tenemos cada uno con lo nuestro como para yo dar más problemas, que equivocados estamos.

Entonces qué es lo que se ha producido, el efecto contrario, el silencio. Y cuando se dan conversaciones sobre esos problemas ocurre lo siguiente, NADIE QUIERE ESCUCHAR. Me refiero que cuando alguien por fin habla sobre algún tema lo hace como terapia, el suelta en público lo desgraciado que es, la mala suerte que tuvo,  que injustos con él, pero por favor no le digas nada, no le molestes, no le generes más problemas. El te lo ha contado y bastante ha hecho, no quieras solucionar algo que es imposible.

En las conversaciones entre las personas surge entonces la SERENIDAD. El que cuenta explica de forma tranquila y presentando los hechos de forma secuencial. Va incrementando su dolor y malestar poco a poco, con escusas y reproches hacia el bando contrario, preparando su discurso final de aceptación total. El que escucha va definiendo y observando el camino presentado, las piedras dejadas en él, las soluciones que quiere que veas, vislumbrando lo que quiere escuchar por tu parte. Una declaración de intenciones en toda regla.

Cuando te toca participar hay que ser VALIENTE ante las palabras que has de pronunciar. En muchos de los casos te han abierto el camino, luego ya sabes que has de responder. No puedes permanecer en silencio pues puede parecer una falta de respeto y entonces hay que contestar. Lo piensas un par de veces más, estudias el carácter de la conversación, como se lo puede tomar el otro, lo que puedes molestar, como reaccionó otras veces, como se lo tomo, vamos una análisis político-social de la situación.

Entonces te dice “con sinceridad”, increíble te decides por el camino de la diplomacia e hipocresía y salen palabras banales, sin peso, sin mensaje, dando vueltas sin llegar a ningún sitio, tomando atajos que no llevan a ningún sitio, sin profundizar  y lo más importante sin entrar en conflicto con la otra persona. Piensas de nuevo y aparece la palabra SILENCIO. Cuando antes calles antes agradaras y “ en boca cerrada no entran moscas”.

Aquí aparece la sabiduría “es de SABIOS el no molestar” y eso es lo que hay que meditar. Hay que decir algo pero “lo poco si es breve dos veces bueno”. Ahí es donde uno se lo juega.
Pensar en un amigo que mantiene una relación con una chica desde hace mucho tiempo, y tú no lo sabes. Este fin de semana se va con un grupo de compañeros del trabajo a un congreso y hay una compañera que le ha tirado los trastos alguna vez. Aunque él la ha dicho que está comprometido, ella no cede y él se deja querer. Y ahora va y te pregunta ¿Qué hago tío?

Serenidad para escuchar pacientemente toda la historia que necesita liberar.  Interrumpiendo brevemente para incorporar datos al expediente y mostrando interés en el tema. Vas realizándote preguntas como ¿por qué me pregunta ahora? ¿Saliendo con una chica? ¿Su novia no sabe nada? ¿Tiene que ir Si o Si?. 

ACEPTAR LO QUE NO SE PUEDE CAMBIAR

Valentía para tener un discurso  preparado ante estas situaciones. Hoy en día hay que ser diplomático con todo lo que digas, palabras vacías de contenidos, con frases hechas, que no trasmitan enfrentamiento ni malestar, que no remuevan conciencias. Frases como “vaya tela, no me gustaría estar en tu lugar, que complicada es esta vida, no se que decirte, me has dejado de piedra, no lo me lo esperaba, me has dejado de piedra, etecera” . Le diendes un poco pues eso espera el de los amigos, “puedes decir que no, di que tienes otro compromiso, alguna escusa, ponte malo, etc” pero nunca decantándote por ninguna de las opciones.

                INTENTAR ALGUN CAMBIO

Sabiduría en el momento del silencio. Con cuatro palabras tienes que salir de ese pozo donde te han metido, diciendo nada y pasándole la patata de nuevo a él. “¿merece la pena? ¿Lo has pensado bien? ¿Son cuatro días?” intentando desviar la importancia del tema para que él lo considere menos importante de lo que estaba tomándoselo y de paso devolviéndole la moneda.

DISTINGUIR LO QUE NO SE PUEDE DE LO SI SE PUEDE

Con este pequeño ejemplo he intentado mostrar el potencial de la virtud del SILENCIO, un arma en la actualidad en las relaciones sociales. El hábito que estoy trabajando para poder avanzar en mi consecución de la verdad y de la bondad. 

El silencio ese camino sin ruido que consigue ahogar las palabras que surgen desde nuestro interior.

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